Explorando las Cumbres de los Montes Cárpatos

Apreciando la fuerza vital del urogallo

Es difícil describir con precisión la extraordinaria vivencia que experimenté recientemente. Nos aventuramos de nuevo hacia Rumanía con la intención de admirar a los majestuosos osos en los montes Cárpatos, en el interior de Transilvania, pero el destino nos presentó una oportunidad irresistible: visitar un lek de urogallos. A pesar de las exigencias físicas que conllevaba esta aventura, reunimos el valor necesario y nos sumergimos en lo desconocido.


La ascensión a bordo de un 4×4 completamente equipado, guiados por un conductor experto, se convirtió en una aventura en sí misma. Ya en el camino final a pie, quedamos fascinados por la visión de un búho alpino, también conocido como búho pigmeo (Glaucidium passerinum), pudimos acercarnos a él gracias a la maestría de nuestro guía. Aún absortos por este encuentro, llegamos a nuestro modesto refugio, perdido entre un bosque de imponentes coníferas.


La cabaña de madera se alzaba majestuosa, rodeada por un manto de nieve que cubría el suelo. Cuatro paredes, un suelo y un techo conformaban nuestro efímero hogar. En el suelo, tres colchones finos se disponían, proporcionando un lecho para cada uno de nosotros, mientras un pequeño rincón se reservaba para nuestro equipo. El aire se impregnaba con un frío intenso, pero eso no nos disuadió de disfrutar de una cena al estilo transilvano, sorprendentemente temprana según nuestros estándares, alrededor de las 7 de la tarde. Con ansias y emoción, nos acomodamos en nuestros sacos de dormir sobre aquellos colchones, superando rápidamente las incomodidades iniciales. No eran más que las 8 del anochecer pero la anticipación de las horas venideras envolvía nuestra mente: estábamos completamente inmersos en nuestra gran aventura.


A las 3:45 de la madrugada, nuestro guía nos despertó. A las 4:15, en medio de la oscuridad absoluta, debíamos adentrarnos en nuestros escondites (hides), mucho antes de que los imponentes urogallos descendieran hacia su lek. A pesar de las modestas comodidades de estos refugios, nos sorprendió gratamente su cuidada disposición. Y allí estábamos nosotros, encerrados en escondites individuales, cada uno de nosotros con vistas a dos o tres lados de nuestro entorno. El frío intenso nos obligó a cubrir nuestros zapatos con protectores de piel de oveja, brindándonos algo de calor en la gélida noche. Con una apariencia peculiar, sumidos en el silencio y envueltos en nuestros propios pensamientos, nos encontrábamos en el lugar elegido donde los urogallos pronto llevarían a cabo sus rituales de cortejo.


La figura de uno de estos magníficos ejemplares se recortaba en la negrura de la noche, su silueta destacando contra el oscuro horizonte. Su voz metálica y estridente rompía el silencio reinante en las horas previas al amanecer. Su canto, lejos de ser melodioso, poseía una calidad desgarradora y primitiva que evocaba la esencia de la naturaleza virgen y perdida. Esta sinfonía del urogallo se dividía en varias fases distintas. Comenzaba con chasquidos guturales y metálicos, conocidos como redobles, que articulaban la atención y desconfianza. Le seguía un rápido repiqueteo que aceleraba los redobles anteriores. A continuación, un único y potente golpe similar al estallido de una botella descorchada, seguido de una serie de cacareos sibilantes y chirriantes que recordaban el corte de una sierra contra la madera o el chirriar de una carretilla deslizándose sobre un eje mal engrasado.


En la fase final de su estrofa, el urogallo macho se sumía en la sordera, desplegaba su majestuosa cola, estiraba su cuello y apuntaba su pico hacia el oscuro cielo. El frío ya no nos afectaba, nuestras ansias por capturar imágenes congeladas se intensificaban. A pesar de los desafiantes ajustes de ISO, alcanzando cifras inimaginables como ISO 12800, contamos con la bendición del poderoso software Pure RAW 3, capaz de transformar esas instantáneas en maravillosos tesoros visuales.


Más machos descendieron al lek, respondiendo unos a otros en una sinfonía de sonidos primordiales. Todos buscaban el favor de las esquivas hembras, pero en ese día ellas decidieron no acercarse al lugar sagrado. Nos quedamos con las ganas de contemplar su belleza. esperamos pueda haber otras oportunidades, otro encuentro entre estos seres de la naturaleza. Poco a poco, la noche se desvanecía, dando paso al amanecer. El cielo hacia el este comenzaba a teñirse de gris, señal de un nuevo día que despertaba.


Alrededor de las 7 de la mañana, los urogallos dieron por concluido su espectáculo de exhibición. Su apariencia cambió por completo, adquiriendo una semejanza más cercana a la de un pavo que a cualquier otra cosa. Ahora era tiempo de buscar alimento en el suelo y refugiarse entre la vegetación baja. Abandonaron el lugar ancestral donde, durante siglos, sus antepasados habían acudido en busca de compañía y perpetuación de su especie. Un ciclo vital imprescindible.


El sol continuaba ascendiendo en el firmamento, marcando el fin del tiempo de los urogallos. Con meticulosidad, eliminamos cualquier rastro de nuestra presencia, asegurándonos de no perturbar el equilibrio natural. Iniciamos el descenso, regresando al punto de encuentro donde nuestro fiel 4×4 nos aguardaba, listo para llevarnos de regreso al lodge que nos acogía en ese viaje. A medida que descendíamos, la temperatura ascendía y la nieve se desvanecía bajo nuestros pasos.


Esta aventura quedará grabada en nuestra memoria, un testimonio vivo de las maravillas de la naturaleza y nuestra inquebrantable pasión por explorar su esencia. Los Montes Cárpatos en Transilvania revelaron su esplendor y nos permitieron sumergirnos en un mundo primitivo y salvaje. Cada paso dado en la búsqueda del urogallo nos llevó más cerca de la esencia misma de la vida en la naturaleza.


Fue un privilegio presenciar el ritual ancestral de estos magníficos pájaros, escuchar sus llamados que resonaban en lo más profundo de nuestra alma aventurera. Su canto nos recordaba la vastedad de la naturaleza y despertaba en nosotros una conexión primordial con el mundo natural.
En cada chasquido gutural, en cada castañeteo apresurado, podíamos sentir la energía vital que fluía a través de estos seres. Su belleza indómita y su capacidad para adaptarse a un entorno tan exigente nos inspiran a valorar y proteger la riqueza de la vida silvestre.


El regreso a la civilización nos llenó de gratitud y respeto por la fragilidad de este equilibrio natural. Guardamos nuestras fotografías y recuerdos con reverencia, sabiendo que somos afortunados testigos de un espectáculo que ha resistido el paso del tiempo.


Así concluyó nuestra aventura en las cumbres de los Montes Cárpatos. Mientras descendíamos, llevábamos con nosotros la esencia de la naturaleza, grabada en nuestros corazones y en cada imagen capturada. Nuestra pasión por la exploración y el deseo de sumergirnos en lo desconocido continúa ardiendo en nuestro interior, recordándonos que la naturaleza sigue siendo el refugio de la aventura más pura y auténtica.


Transilvania, con sus montañas imponentes y su fauna salvaje, ha dejado de nuevo una huella indeleble en nuestra alma viajera. Y así, con una mezcla de gratitud y nostalgia, nos despedimos de este rincón del mundo que nos ha mostrado la grandeza y la magia de la naturaleza en su estado más salvaje y sublime.

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